Un hombre joven entra en un oscuro bar. Se sienta frente a la barra como el fardo en el que se ha convertido su cuerpo. Llama al camarero, le dice algo inaudible. El camarero coloca un vaso y lo llena de whisky. El hombre lo coge… y brinda. No sabe exactamente qué día es, tan solo que es el día en que le han liberado de ese campo de concentración que apesta a fruta y muerte. Por eso alza el vaso y brinda.
(El hombre se llama Domingo Pérez Minik. El momento: 4 de diciembre de 1936. Acaba de salir del campo de concentración de Fyffes, donde ha pasado tres meses encarcelado. Sobre su vida ha caído un telón pesado, desde un palco alguien ha gritado: hágase tu oscuridad. Se ha parado en un bar para intentar pensar, para intentar superar la culpabilidad de haber sobrevivido, para recordar. Pero también para imaginar cómo será su vida a partir de ahora, qué pasará a continuación)
Con ese primer brindis comenzará un viaje por distintos momentos en la vida de ese hombre. Siempre en el mismo bar, siempre el mismo día, al que acude para honrar una efeméride de la que nadie habla. Un brindis por los camaradas muertos, por los amigos perdidos, por los sueños que se convirtieron en pesadillas… Pero también un brindis por los que persistieron, por los nuevos compañeros que llegaron como los barcos llegan a la isla, por los sueños que se negaron a desaparecer…
(Los brindis se van a convertir en los diferentes saltos en el tiempo que nos permiten recorrer la vida de Don Domingo. Cada brindis nos lleva a un a un momento que aporta luz sobre su pasado, presente y futuro. Ya sea recordando la calle de la infancia de don Domingo, la calle Igualdad, donde conoció y jugó con otro niño llamado Eduardo Westerdahl. O brindando por los catorce anarquistas con los que compartió celda en Fyffes durante los primeros compases de la guerra civil. O celebrando el regreso a la vida pública de amigos como el poeta Pedro García Cabrera gracias al trabajo de don Domingo impulsando la primera gran antología de la poesía canaria)
Brindis que desafiarán al silencio de una época. Brindis impulsados por una voluntad que le acompañará durante toda la vida: la de encender la luz, añadir color, creer en la cultura y el arte como herramientas con las que se puede cambiar el mundo.
(Este viaje interior por los recuerdos, pensamientos y esperanzas de don Domingo es un paralelismo del exilio interior que vivieron los que se quedaron. Domingo tuvo ideas progresistas y reformadoras, sintió que podía cambiar el mundo y que podía hacerlo con el arte. Trabajó estrechamente con pintores y poetas, introdujo las vanguardias artísticas en el archipiélago, participó en debates y tertulias, intentó que el arte llegase a las personas, que llenase con esculturas las calles. Tuvieron que ser años luminosos, seguidos por una tormenta de acero y una noche de posguerra en la que se tardarían mucho en ver las primeras luces del amanecer. ¿Cómo vive alguien así en ese mundo? Imaginamos que es creando tu propio alba, pintándolo con brochazos de color, luchando por iluminar cada rincón y, después, intentando compartirlo con los demás. En esta obra iremos iluminando, brindis a brindis, esperanza a esperanza, esperanza a esperanza, la vida de alguien que logró construir su propia libertad)